Trabajo y estrés
El instinto de conservación produce
cambios inmediatos en todo el cuerpo ante una amenaza o
al recibir una agresión. Esta reacción fisiológica es
beneficiosa, puesto que prepara al organismo para poder
repeler el ataque o para huir de la amenaza.
Sin embargo, este mecanismo fisiológico está diseñado para durar poco tiempo, habitualmente unos minutos. En caso de que esta reacción perdure en el tiempo puede dar alteraciones en el normal funcionamiento del organismo.
En los casos de trastornos de adaptación al medio, como en casos de respuesta exagerada ante los retos de la vida diaria (en el ámbito laboral, social o familiar), se desencadena una reacción parecida a la que se produce ante una amenaza o un ataque, mediada por un estímulo que no debería ejercer esa influencia y con una mayor duración en el tiempo. Esta reacción se manifiesta como un cuadro de estrés, a través de manifestaciones de ansiedad, tensión, preocupación o miedo. Las manifestaciones clínicas más frecuentes en los cuadros de estrés son: ansiedad, cefalea, estreñimiento o diarrea, malestar gástrico, dolores musculares, fatiga, depresión, insomnio, sensación de ahogo, aumento de la tensión arterial, inapetencia o aumento del apetito, etc.
Los estímulos que desencadenan esta reacción exagerada pueden ser de carácter positivo o negativo; así, podemos detectar reacciones de estrés ante eventos positivos o frente a estímulos negativos. Por ello, la alteración no reside en el cambio o la circunstancia en sí misma, sino en el modo que la persona tiene de reaccionar ante ésta; de aquí el concepto de trastorno de adaptación al medio. El estímulo que producirá una reacción de estrés será diferente para cada persona, y su intensidad y repercusiones no serán comparables. En general, las circunstancias que mayor estrés producen son (sin guardar una ordenación de intensidades ni de frecuencias): la jubilación, la pérdida del trabajo, el exceso de presión laboral, el matrimonio, el divorcio, la muerte de un ser querido, tener un hijo, la emancipación de los hijos, una lesión o enfermedad, una mudanza, un viaje, etc.
El mantenimiento de una reacción de estrés durante un largo tiempo puede tener repercusiones negativas para la salud, ya sea a través de sus propios signos y síntomas o por el descontrol o agravamiento de enfermedades intercurrentes en el mismo paciente.
El manejo del estrés pasa, inicialmente por el reconocimiento por parte del propio paciente de cuáles son los síntomas y su origen. A través de esto, la reacción de ansiedad ante las propias molestias derivadas del estrés se reduce considerablemente, incluso a menudo para totalmente.
Otra forma de manejo del estrés, tras el reconocimiento de su existencia, es la educción del paciente en el control de su síntoma principal, y en el conocimiento de técnicas conductuales que ayuden a frenar la crisis de estrés en caso de aparecer.
También puede ser efectiva la evitación, cuando sea posible, de la circunstancia estresante, pero ésta frecuentemente no es evitable. Lo que sí suele ser posible a través de técnicas de educación y conductuales es la habituación del paciente a la circunstancia estresante, con lo que disminuye su efecto productor de estrés.
En algunos casos, puede ser necesaria la administración de fármacos con efecto ansiolítico durante un breve período de tiempo. Sin embargo, las mayores posibilidades de éxito a largo plazo en los casos de estrés lo otorgan las técnicas y terapias no farmacológicas.
Sin embargo, este mecanismo fisiológico está diseñado para durar poco tiempo, habitualmente unos minutos. En caso de que esta reacción perdure en el tiempo puede dar alteraciones en el normal funcionamiento del organismo.
En los casos de trastornos de adaptación al medio, como en casos de respuesta exagerada ante los retos de la vida diaria (en el ámbito laboral, social o familiar), se desencadena una reacción parecida a la que se produce ante una amenaza o un ataque, mediada por un estímulo que no debería ejercer esa influencia y con una mayor duración en el tiempo. Esta reacción se manifiesta como un cuadro de estrés, a través de manifestaciones de ansiedad, tensión, preocupación o miedo. Las manifestaciones clínicas más frecuentes en los cuadros de estrés son: ansiedad, cefalea, estreñimiento o diarrea, malestar gástrico, dolores musculares, fatiga, depresión, insomnio, sensación de ahogo, aumento de la tensión arterial, inapetencia o aumento del apetito, etc.
Los estímulos que desencadenan esta reacción exagerada pueden ser de carácter positivo o negativo; así, podemos detectar reacciones de estrés ante eventos positivos o frente a estímulos negativos. Por ello, la alteración no reside en el cambio o la circunstancia en sí misma, sino en el modo que la persona tiene de reaccionar ante ésta; de aquí el concepto de trastorno de adaptación al medio. El estímulo que producirá una reacción de estrés será diferente para cada persona, y su intensidad y repercusiones no serán comparables. En general, las circunstancias que mayor estrés producen son (sin guardar una ordenación de intensidades ni de frecuencias): la jubilación, la pérdida del trabajo, el exceso de presión laboral, el matrimonio, el divorcio, la muerte de un ser querido, tener un hijo, la emancipación de los hijos, una lesión o enfermedad, una mudanza, un viaje, etc.
El mantenimiento de una reacción de estrés durante un largo tiempo puede tener repercusiones negativas para la salud, ya sea a través de sus propios signos y síntomas o por el descontrol o agravamiento de enfermedades intercurrentes en el mismo paciente.
El manejo del estrés pasa, inicialmente por el reconocimiento por parte del propio paciente de cuáles son los síntomas y su origen. A través de esto, la reacción de ansiedad ante las propias molestias derivadas del estrés se reduce considerablemente, incluso a menudo para totalmente.
Otra forma de manejo del estrés, tras el reconocimiento de su existencia, es la educción del paciente en el control de su síntoma principal, y en el conocimiento de técnicas conductuales que ayuden a frenar la crisis de estrés en caso de aparecer.
También puede ser efectiva la evitación, cuando sea posible, de la circunstancia estresante, pero ésta frecuentemente no es evitable. Lo que sí suele ser posible a través de técnicas de educación y conductuales es la habituación del paciente a la circunstancia estresante, con lo que disminuye su efecto productor de estrés.
En algunos casos, puede ser necesaria la administración de fármacos con efecto ansiolítico durante un breve período de tiempo. Sin embargo, las mayores posibilidades de éxito a largo plazo en los casos de estrés lo otorgan las técnicas y terapias no farmacológicas.
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